En agosto del año pasado, Osvaldo Costamagna, un pequeño tambero de Tío Pujio, en el sudeste cordobés, fue la cara visible de un piquete de productores lecheros que reclamaban una urgente recomposición de precios para enfrentar la crisis de la actividad, acosada por los bajos precios y la suba de costos.
Pocos días después de esa notoriedad pública en la protesta, sorpresivamente a las 3.15, en plena madrugada y antes de iniciar el primer ordeñe, tres inspectores de la Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP) lo visitaron para ver cuántos litros ordeñaba.
El episodio quedó en la anécdota al poco tiempo, e incluso una frase poco feliz del ministro de Agricultura, Norberto Yauhar, que en ese momento insinuó que había buscado "autoprotegerse" de la AFIP. Sin embargo, la crisis venció a Costamagna: decidió vender el tambo.
Una abultada deuda que se fue acumulando para sostener su actividad lo acorraló. Además, como no tiene energía eléctrica, debe gastar todos los meses miles de pesos para comprar gasoil con el fin de hacer funcionar la máquina del tambo.
"Tengo una deuda de 400.000 pesos, y si no lo vendo voy a perder hasta el campo", contó el tambero al matutino La Nación. En ese número se contabilizan compromisos con bancos y proveedores de insumos.
"La deuda es gracias al bendito tambo. El año pasado llegué a perder 30.000 pesos por mes y banqué las pérdidas pidiendo plata. Terminó comiéndome [el capital]; hoy estoy pagando 9.000 pesos de interés por mes", agregó.
Costamagna es un tambero chico. Con un poco más de 80 vacas en ordeñe produce unos 1600 litros de leche por día. Vive con su esposa y tres hijos en el campo.
El tambo lo tiene en venta en forma particular. Pero si no lo hace antes de octubre ya tiene turno para que ese mes se subaste en una firma especializada. Lo más probable es que las vacas de las que se desprenda no vayan a faena si no que las adquiera otro tambo con mayor escala.
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